El arte del kiai verdaderamente ocupaba una posición incomparable entre los métodos de combate sin armas y entre todas las especializaciones del bujutsu. Aun en el Japón feudal, con su rápida aceptación de las interpretaciones místicas de los fenómenos, este arte era considerado esotérico e incluso milagroso. En este arte el combate sin armas alcanzó el cenit de la sofisticación, ya que no había un contacto físico visible entre los adversarios y las técnicas o estrategias de combate se reducían al ámbito del puro poder inmaterial (en sentido de que «no era visible a simple vista»), suficiente para vencer al más débil de los dos combatientes.
El kiai, como el aiki (con el que se intercambia a veces en la doctrina del bujutsu), adopta los conceptos con los que ahora estamos familiarizados, de armonía y espíritu o energía. Harrison escribió que «la palabra "Kiai" es un compuesto de KI que significa "mente", "voluntad", "manera de ver las cosas", "espíritu", etc., y AI es la contracción del verbo awasu, que significa "unir"». Como realmente sugiere esta combinación, «denota un estado en el que dos mentes se unen en una de tal manera que la más fuerte controla a la más débil» (Harrison, 129-30). El kiai marca por sí mismo el punto en el bujutsu donde los factores externos de estas artes (las armas y las técnicas) estaban subordinados a los factores de naturaleza interna (control y poder), que, según los primeros maestros de las artes marciales, hicieron que estas artes fueran verdaderamente eficaces y relevantes en el combate.
Desgraciadamente, muy poco se sabe en Japón, e incluso menos en otros sitios, acerca del arte del kiai, que estando basado en un concepto tan amplio como el ki. estaba comprensiblemente caracterizado por cierta imprecisión de su teoría, mientras que en la práctica a veces se utilizaba como una cortina de humo para ocultar un fraude evidente. Existen muchos ejemplos en la literatura de las artes marciales, sobre todo en relación con el kenjutsu, de los poderes extraordinarios que supuestamente demostraban algunos que se autodenominaban maestros del bujutsu, que a veces dominaban varias artes de la falsa representación (basadas en la hipnosis o en una exagerada habilidad) mucho mejor de lo que lo hacían con cualquier forma del bujutsu. El ki se utilizaba a veces en el sentido de energía, espíritu, carácter y por tanto, personalidad. Una personalidad magnética siempre ha sido capaz de recurrir a poderes de concepción y sugestión y éstos se pueden utilizar para impedir un combate o para ganarlo. Existe un episodio, por ejemplo, en el que se dice que estaba implicado un samurai que fue atacado por una manada de lobos en el bosque. Según esta historia, él simplemente siguió andando todo recto, con el semblante tan firme, consciente y potencialmente explosivo, que los animales se quedaron paralizados mientras él pasaba sin peligro entre ellos.
Un vector especial de este poder, en realidad una técnica que se utiliza para transmitir poder al proyectado objetivo, era la voz humana. Kiai era el nombre que generalmente se daba a ese método de combate específico basado en la utilización de la voz como arma. Se suponía que un bushi de rango alto debía dominar esta «técnica», y con el tiempo, algunos guerreros perfeccionaban la práctica del kiai hasta que se convirtió en un arte completo en sí mismo. Debido a la importancia de la respiración abdominal profunda y de la proyección mental hacia la canalización de un grito en una dirección coordinada, hay indicaciones indirectas en la doctrina del bujutsu de que los maestros de la doctrina del zen (que normalmente estaban en monasterios o en otros lugares retirados y aislados) eran unos profesores de kiai especialmente competentes. De hecho, la doctrina del zen utilizaba mucho aquellas disciplinas que se consideraban esenciales para desarrollar y estabilizar esa condición de despreocupación y equilibrio interior sin la cual la iluminación espiritual se consideraba generalmente inalcanzable.
Los orígenes del arte del kiai están estrechamente identificados con la imagen de un hombre enfrentándose a una realidad hostil. Sin duda alguna, el grito ha sido una de sus primeras reacciones ante el peligro, bien en un esfuerzo para recabar ayuda o para avisar a los amigos. El hecho de que un grito, incluso aunque fuera pasivo, pudiera causar que un peligroso enemigo vacilara en su intento agresivo o que incluso parase su ataque (quizá porque en otros casos esa vibración vocal realmente había traído un infortunio al atacante en forma de otros miembros de la tribu de su proyectada víctima), pudo muy bien haber sido el principio de la utilización activa de la voz humana como parte de una estrategia de combate que han utilizado ampliamente casi todas las sociedades militantes del pasado. Los gritos de los ejércitos reverberándose bajo un cielo plomizo, muchas veces parecían sacar a los dioses de sus sueños y verdaderamente tenían tal cualidad de invocación que un enemigo de menos potencia vocal podía temblar involuntariamente y mirar temerosamente a su alrededor, como si anticipara la llegada de un ejército invisible.
Las legiones griegas y romanas estaban bien versadas acerca del efecto paralizador de un clamor repentino que surgía de las profundidades del bosque normalmente silencioso, al cual respondían con feroces gritos de respuesta o con el estrépito de muchos instrumentos. La teoría que adelantó Gilbey referente al origen de la palabra «pánico» es especialmente reveladora: se dice que las colinas de Grecia temblaban ante el sonido del grito de Pan cuando el dios de la fertilidad expresaban incansablemente su vitalidad con la alegría de las cosechas estaciones o incluso su ferocidad por medio del acto de la inseminación violenta. La literatura épica del norte de África y del Oriente Medio, desde los fenicios hasta los Asirios, desde los Persas hasta los Hebreos, también resuena con agudos gritos de batalla, algunas veces de guerreros medio locos por su propia concentración vocal.
El efecto hipnótico de un grito general no se perdió con los caballeros que participaban en justas durante la Edad Media en el este de la Europa continental. Las hordas musulmanas y mongoles sobre todo, conocían y respetaban ese poder; de hecho, cuando los caballeros europeos se enfrentaban a guerreros orientales, muchas veces necesitaban otro tipo de concentración mental que rayaba en el fanatismo para reducir los efectos paralizantes de esta forma de ataque acústico dirigido contra los tímpanos y que destruía los perfectos y sensibles órganos sensoriales del cerebro. Para reducir, aunque no eliminar completamente la importancia estratégica del grito de un solo hombre en Occidente, se necesitaron una sucesión de címbalos, tambores y cuernos en la época clásica, tambores y trompetas y el gemido extrañamente espeluznante de las gaitas en la Edad Media, y finalmente, las enormes explosiones de las guerras modernas.
En Oriente, desde la India hasta China, Tíbet, Corea y Japón, el valor táctico del grito para determinar o influir en el resultado del combate, nunca se desestimó. Sobre todo en el Tibet y en Japón, es donde parece que esta técnica se perfeccionó en la antigüedad y fue elevada al nivel de un arte, es decir, hasta el punto de hacer del grito la única arma utilizada, incluso en el combate individual, así como la principal razón para la conclusión con éxito de una confrontación en un combate, diferenciándose así del grito espantoso pero altamente dispersivo e indiscriminado de las hordas.
En realidad, el grito que el guerrero japonés se esforzó por desarrollar y controlar implicaba mucho más que un mero ejercicio de control de la inspiración y de una espiración concentrada. Tal y como indica el nombre asignado a este arte, era una mezcla de los diferentes factores que componían toda la personalidad del guerrero (física y mental), todos los poderes del guerrero se fundían y canalizaban a través del timbre, tono y vibraciones de su voz. Además, en los niveles más altos, ni siquiera dependía principalmente del volumen; la calidad del sonido producido concentrando toda la personalidad en un solo objetivo era el principal rasgo del kiai. Se necesitaban muchos años de entrenamiento para producir la integración vocal exacta que al parecer podía matar a un atacante o desviar su ataque, e incluso se podía utilizar para curar. Harrison relata algunos episodios que ilustran la habilidad que mostraba el maestro Kunishige (un profesor de jujutsu de la ryu Shinden Isshin) en el kiai, el cual una vez, empleando un característico grito concentrado, revivió a un hombre que yacía inconsciente después de una grave caída. Pero respecto a la utilización de los gritos del kiai en un combate real, que son distintos de los gritos y gruñidos de los competidores de judo y karate en los campeonatos modernos y que son comunes en las distintas formas de lucha en todo el mundo, y si existen o no escuelas donde se enseñe y practique sistemáticamente y con eficacia este arte, desgraciadamente, los documentos existentes son imprecisos.
EL KIAIJUTSU
El arte del kiai, que se examinó anteriormente con sus factores externos (principalmente la voz humana), es haragei en el punto más elevado de su especialización estratégica. Se disponen de pocos detalles sobre las técnicas reales de entrenamiento que eran utilizadas para desarrollar esa unificación preliminar de poderes en el hara que permitían a ciertos bujin paralizar, matar, y por otra parte, salvar la vida de otro guerrero por medio de un grito concentrado. En realidad, parece que el arte está al borde de su extinción; sólo de vez en cuando se menciona en Japón el nombre de algún experto en los círculos del bujutsu moderno, junto con algunos detalles vagos y poco de fiar de sus proezas.
Sin embargo, lo que parece indiscutible es que el kiai era un haragei vocal, es decir, una centralización abdominal que canalizaba su poder coordinado hacia un objetivo por medio de las cuerdas vocales del hombre. Al señalar que creía en la identidad fundamental de la esencia tanto del aiki como del kiai, el Sr. Harrison habló de sus primeros encuentros con maestros japoneses del kiai-jutsu en la década de 1900, que consideraron que el poder del aiki era silencioso, mientras que el grito del kiai era un vector de poder, era «algo que había en la naturaleza de un agente auxiliar que contribuía a la concentración mental sobre un objeto» (Harrison, 103). También en el kiaijutsu, «la práctica del ki-ai se supone que tiene el efecto de reforzar la región del saika-tanden (la parte del abdomen situada a unas dos pulgadas por debajo del ombligo), y debe aumentar considerablemente como un factor en el desarrollo del valor físico y del poder oculto" (Harrison, 103).
En Occidente, aquellos autores que trataron de alcanzar una explicación científica de la naturaleza de este poder normalmente han hablado en términos de «lo subsónico y lo supersónico», pero. por lo que nosotros sabemos, todavía no se ha publicado ningún análisis del kiai basado en experimentos contrastados y en observaciones. Por consiguiente, debemos esperar futuras exploraciones científicas que es de esperar viertan mas luz sobre este interesante fenómeno.
Tomado del libro:
"SECRETS OF THE SAMURAI: THE MARTIAL ARTS OF FEUDAL JAPAN"
por: Oscar Ratti y Adele Westbrook - © 1973.